El vuelo a Chengdu (坐飞机去成都)





Decir que el viaje ha sido accidentado sería quedarse corto. Ya iba tocando. Hasta ahora había ido todo como la seda, pero si ese es el caso entonces no estás viviendo la auténtica experiencia chinorri. Y hoy, amigos, hemos tenido la experiencia chinorri más completa que se pueda tener.

Empecemos con el hermoso relato de este día.

Lo primero, durante el check-out me dicen que no pueden prepararme nada para llevar del buffet desayuno. Esto es algo que ya había hablado con la gente del desayuno la mañana anterior y me dijeron que okay, pero parece ser que dependiendo de con quién hables hacen una interpretación más o menos flexible de la norma. Pues nada, mei guanxi, tampoco es que vaya a pasar hambre en China.
Luego llego al metro y resulta que en la dirección en la que tengo que ir solo hay un tren cada 15 minutos; ya empiezo a ponerme nerviosa. Llego luego al tren Maglev, que te deja en el aeropuerto en 8 minutos, pero ahora tengo que esperar a que salga, que son otros 20 minutazos más; a sudar. El vuelo es a las 8:50 pero al final entre carreras por la terminal, pitos y flautas consigo llegar a mi área a las 7:30, lo cual no está nada mal para un vuelo dentro del territorio nacional. Saco mi tarjeta de embarque (otra vez), hago el check-in del maletón y paso el control de seguridad. A las 8:05 comienzan con el embarque, y aquí empieza mi fiesta.
Me pongo en cola, vamos avanzando, todo bien, me cogen el billete, lo escanean y lo cortan y… ¡ah!, laowai you wenti, shaodeng yixia’er. Se ponen a llamar por teléfono, les pregunto qué pasa y al momento me dicen que hay un problema con mi maleta, que tengo que ir adonde seguridad a abrirla porque quieren mirar dentro. Todo eso a las 8:10 o así, con el embarque en proceso y con escasos 15 minutos para que cierren la puerta. Me dice el pavo de la puerta que vaya corriendo a mirar pero que no me esperan, que si vuelvo y no están que pida que me cambien el billete para las 11:00. Conociendo a los chinos, estaba al 100 % segura de que si perdía este vuelo iba a tener que comprar un billete nuevo, no me lo iban a cambiar gratis, así que echo a correr como alma que lleva el diablo hacia la zona donde están los de seguridad abriendo las maletas que, por cierto, ni puta idea de dónde era, así que iba preguntando a todo cristo por el camino. Llego al sitio, me presento a grito de “yo soy la guiri coñazo esa”, el tío se pone presto a ayudarme a abrir la maleta, identificamos el problema (las baterías de la cámara de fotos), la volvemos a cerrar y me dice “a la maleta le da tiempo a llegar al avión: ¿y a ti?”.

Sus muertos empanaos.


Total, que echo a correr, esta vez al dulce grito de “dejen paso que no llego”, y cuando alcanzo el control de seguridad y les explico lo que ha pasado, se quedan pillados con que a mi tarjeta de embarque le falta un trozo: se lo explico a Agente 1, que ya me habían escaneado y cortado el tícket, que los de la puerta de embarque me han pedido que venga, que ya he pasado el control antes… Agente 1 va a hablar con Agente 2. Agente 2: “¿Y el trozo que falta?”. Venga, se lo explico a Agente 2, bla, bla, bla, vamos que no llego. Agente 2 va a la puerta por donde pasé la primera vez y habla con Agente 3. Agente 3: “¿Es que has perdido la otra mitad?”. Y se me va. En este puto ya se me va la pinza, y mientras le arrojo el pasaporte a la del control para que lo vuelva a escanear y saco todas mis mierdas otra vez para que las vuelvan a mirar le pregunto al mismísimo chaval que me revisó antes que cómo narices es posible que no se acuerden de mí, que soy la única puñetera guiri de todo el puñetero aeropuerto que ha pasado por la puñeterísima puerta de seguridad n.º 4 esta mañana. Porque lo era, no estoy exagerando. Y el pavo va y me dice “yo sí me acuerdo”.

Ah, vale, bien. Pues entonces nada.

Festival del humor.

Os juro que yo todavía no me explico cómo pueden ser tan viva la Pepa para unas cosas y tan cuadriculaos pa otras. Total, que paso el control ooootra vez, agarro mis cosas a dos manos y salgo corriendo al grito de “nos vemos otra vez en un rato, ¿eh?”. A los de la puerta de embarque les ha faltado aplaudirme cuando me han visto llegar corriendo, esquivando gente y saltando maletas como si fuesen las olimpiadas (espero que os estéis imaginando la escena con la musiquita de Carros de fuego). De lo que no tenía garantía es de que mi equipaje fuese a llegar al avión, porque yo puedo correr pero me consta que mi equipaje no. Y la pachorra china (manman lai 慢慢来) es poderosa. Pero oye, al menos el pasaporte, el dinero y la laowai habían llegado.

Ya en el avión, me ha tocado el chino más grande que tenían en el aeropuerto. El único con un serio caso de narcolepsia, el único capaz de dormir echado hacia delante aun cuando el avión ha ido a 45º de inclinación para despegar y el único que tiene tendencia a desplomarse hacia la derecha donde, por supuestísimo, estoy yo. Eso o que el avión va volando inclinado hacia la derecha esta vez, por el karma, el fengshui o su puta madre en vinagre. Hemos despegado a las 9:30 y a las 10:15 nos han puesto de comer, platacos fuertes en plan almuerzo (en China el desayuno y el almuerzo son casi lo mismo), y de entre la variada selección de bizarradas cabe destacar lo que yo he tenido a bien llamar “el potajito”, una cosa de color marrón con algún tipo de judía verde dentro (lüdoushuang 绿豆爽), y dulcecilla. Que, visto el percal, te la comes, porque no sabes si para cuando acabe el día no vas a estar luchando por tu vida contra un panda en Chengdu. Por cierto, había alguien en el avión (y no quiero asumir demasiado pero yo diría que era mi gargantuesco amigo de la izquierda) que debería pasarse por un hospital a hacerse una revisión con el médico de digestivo porque… joder…

Ahí está, desafiando todas las leyes de la Física...

Se llama "judías verdas energizantes"... Como las espinacas de Popeye, vamos.

He comenzado a escribir esta entrada durante el vuelo, ya que eran unas 3 horas, y cuando he terminado la correspondiente parte del relato me he puesto a ver la peli de la Capitana Maribel (Captain Marvel). Mi colega de la izquierda a punto ha estado de comprarse unas gafas en el Duty Free a base de darse cabezazos contra el monitor del asiento. Total, un vuelo divertido, como de costumbre. Al aterrizar, tras unos cuantos minutos de inquietante espera pude recuperar mi maleta. ¡Había venido en el avión! Pero el destino aún me reservaba una mala pasada más antes de dejarme vivir.

Señor, su cabeza extiende cheques que su bolsillo no puede pagar...
El feliz reencuentro

Nada más salir del aeropuerto, cometí un claro error de principiante. Un señor me preguntó "¿taxi?" y le dije que sí, y al poco me di cuenta de que era uno de esos coches negros ilegales en los que no debes montarte, pero estaba tan cansada que pensé que iba a poder salirme con la mía. El tipo me pedía 120 por llevarme al hotel y le dije que sí, que vale; pero luego cogió y montó a otros dos chinos en el coche, y a ellos les pedía 60 por los dos. Así que cuando me bajé del coche le dí 60 al tío que nos llevó, que era otro distinto al que recogía a la gente en la puerta del aeropuerto, y coló. Coló porque ya para empezar estaba pagando el doble que los otros dos, así que el colega ni se enteró. Pero parece que su amigo el del aeropuerto le echó la bronca por teléfono y el pavo volvió y se puso a darme voces en la recepción del hotel. Montamos un pollo fino, fino que duró dos horas, y no di mi brazo a torcer. De hecho, pasado un rato lo mandé a la colina del tigre a hacer gárgaras y me fui a mi habitación. La recepcionista me llamó media hora más tarde para decirme que el tío se había ido. ¡Pero una hora después volvió! Y dale, erre que erre con el temita. Al final con tal de no tener al tío cansino viniendo al hotel cada hora como el cobrador del frac, le di el maldito dinero y le dije que se largara. Encima quería justificarse el tío, diciendo que era un contrato verbal, a lo que le dije que lo que era es una estafa, porque soy blanca y mi viaje tiene que valer 4 veces más que el de los demás porque sí. A tu casa, estafador, zou zou zou zou ah.

La calle de mi hotel

Las vistas

Desde mi habitación.

Y así empezaba mi domingo. Afortunadamente, la belleza de la ciudad de Chengdu y la calma de sus santuarios y monasterios se encargaría más tarde de borrarme el mal sabor de boca. Pero eso me lo reservo para otra publicación.

Conclusiones:

  • Baterías de todo en el equipaje de mano.
  • Preguntar 50 veces si todo va bien, porque no te dirán nada hasta el último momento.
  • Soy un iman. Evitar coger asientos centrales, ya que mi campo gravitatorio hará que muera aplastada por sendos chinos con narcolepsia.
  • Pasar del culo de todo cristo hasta llegar a un taxi que tenga pinta de taxi. En su defecto, tomar el metro, ir en burro o echar a andar, que fortalece los glúteos. 
  • Sonreír. Con ganas de matar, pero sonreír.

Autorretrato

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