Reencuentro con un viejo amigo (7年后才见面)



Jueves, 18 de julio de 2019, después de 7 años sin vernos, por fin Jake y yo nos reencontramos. Quedamos en un Starbucks que había cerca de mi hotel, dentro del laberíntico entramado de hutongs cerca de Andingmen, y a las 10 de la mañana nos dimos el caluroso y bien merecido abrazo que tanto tiempo se ha hecho esperar. En serio, bien caluroso: no os podéis hacer ni idea del calorín húmedo y sofocante del verano pequinés.

Tomamos un café para sacar partido del aire acondicionado del establecimiento y empezamos a charlar de forma muy animada; nada de nerviosismo, nada de silencios incómodos. Tal cual, como si el tiempo no existiese. Sigue siendo el mismo chaval que conocí en la USTB (University of Science and Technology Beijing), con la voz más grave, el inglés más suelto y la cabeza un poco más serena. Pero solo un poco, ¿eh? Sigue siendo un alocado incorregible. Por su parte, él dice que parezco más joven que antes; también me encuentra más animada, más parlanchina y menos “princesa”, así es como ha definido mis ademanes recatados de antaño, que yo achaco al hecho de que cuando nos conocimos era también la primera vez que me marchaba tan lejos de casa. Y, según su parecer, necesito engordar unos kilos porque estoy muy delgada (el colega está ciego, definitivamente), así que hoy se ha asegurado de que comiese. Y comer hemos comido, vaya si hemos comido.

Después del café, decidimos ir a la USTB a ver si había cambiado mucho desde que nos marchamos, que para mí han sido 6 años, para él no tantos. Cogimos un taxi y allá que nos fuimos. Durante nuestra visita, me enteré por fin de que la USTB, al parecer, tiene muy buena consideración y solo el 1 % de los mejores estudiantes nacionales consigue ingresar. Repito, el 1 % de los mejores estudiantes nacionales; luego al parecer la gente del sudeste asiático, oriente medio y África entran como Pedro por su casa, por convenios firmados con estos países. 

Visitamos mi primera residencia, la Oficina de Estudiantes Internacionales, y la señora de la portería se acordaba de mí (yo no me lo creo, pero oye, tampoco esa universidad recibe mucha gente rubia…). Nos dejó pasar a mirar y pude comprobar algunos de los cambios de las oficinas y los pasillos. Luego nos fuimos a recorrer todos los sitios por los que solíamos ir: las tiendas de dentro de los edificios, que ahora han cerrado por una nueva normativa y se han trasladado todas al norte del campus; el supermercado; la tienducha de reparación de bicicletas, que es un chambao de tres al cuarto en el que ahora, ironías de la vida, le puedes pagar al tipo con WeChat; el edificio de económicas, donde Jake me invitó a tomar el té sacándose la tetera del abrigo y una bandeja de tomates; y todos los rincones, mientras charlábamos acerca de los viejos tiempos. Ahora en la zona norte hay unas taquillas donde los repartidores de paquetes dejan las entregas, te mandan un mensaje con el número de taquilla y el código y tú vas y recoges tu paquete; en mis tiempos, el reparto consistía en tirar los paquetes al suelo en medio de una explanada, cada comercio en una zona, y allí que tenías que lanzarte a rebuscar el tuyo. Al salir del campus, nos hemos dado de bruces con un nuevo y flamante supermercado que antes no existía. Las cosas han cambiado un poco a mejor.
Alrededor de los edificios ahora han puesto unas vallas; por cierto, esa ventana del tejadito azul... Ahí me compré el traje de baño.

Las taquillas de reparto. He alucinado con estas moderneces.

Y un súper con una pinta increíble en el exterior del campus, esquina noroeste.

Para comer, he probado por fin la famosa hot pot 火锅. Sí, porque con el calor horroroso que hacía no se nos ha ocurrido nada mejor que hacer que meternos una fondue picante a rabiar entre pecho y espalda. Pedimos el tipo yueyang 岳阳火锅, que es mitad y mitad: en un lado un caldo picante y en el otro un caldo normal. Fuimos a un restaurante en Wudaokou, que también ha cambiado bastante: el Charlie Brown Café, donde viví una de mis primeras bizarras anécdotas con chinos headhunters para anuncios y películas, ya no existe. En su lugar, ahora hay un Starbucks. Parece que ahora hay Starbucks por todas partes, y antes recuerdo que solo había uno en Houhai.


Lo que habría dado yo por un café del Starbucks hace 6 años...

Hotpot con ternera, cordero, muchos champiñones, estómago de ternera y albóndigas de dios sabe qué.

Después de comer, fuimos a tomar un helado. Helado chino, que no tiene nada que ver con el helado que conocemos por Europa y que me ha sorprendido gratamente: es un montón de hielo picado del sabor que sea, acompañado por una gran cantidad de cosas distintas (y muchas de ellas vegetales y judías). Estaba muy bueno, parece mentira que en dos años viviendo en China nunca probase el maldito helado chino. Entre 28 y 38 yuanes cada ración.
Si os fijáis, helado solo tiene el de la derecha, una bola. Pero oye, estaba riquísimo.

Para terminar la tarde, nos hemos ido a Qianhai y Houhai a dar un paseo para bajar la comida. Hemos pasado primero por la zona de la torre del tambor y la campana y luego hemos ido caminando por los hutongs hasta desembocar en los lagos. La caminata ha sido larga, y hemos terminado en el hutong Ju’er, el mío, sobre las 20:00.





Ha sido un día intenso y sin embargo el tiempo ha volado. Ha sido genial poder volver a ver a un viejo amigo, contarnos antiguas batallas, recordar cosas largo tiempo olvidadas… y en esencia descubrir que aún seguimos teniendo esa conexión a pesar del paso de los años.




Ah, por cierto, un detalle importante: cuando me ha visto esta mañana me ha dicho "oh, estás muy cansada", seguramente porque voy por la vida luciendo como un puñetero panda porque la luz del baño del hotel es pésima; y luego en un momento dado en el taxi me ha pellizcado las lorzas de los brazos y me ha dicho "esto es grasa". Gracias, Einstein. Hay cosas que no cambian.

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