Visita a la Gran muralla china Huanghua (黄花城)



Hoy quiero hablaros de uno de los tramos de la Muralla China más auténticos y disfrutables de los alrededores de Beijing. Como ya sabréis, desde Beijing se puede acceder a varias secciones de la muralla, que son Badaling, Mutianyu, Simatai y Jinshanling (que son las más lejanas) y Huanghua, que es del que os voy a hablar. Bueno, a decir verdad no voy a ser yo la que os cuente la crónica del viaje; yo voy a dejar unos cuantos datos prácticos sobre cómo llegar hasta allí, pero hoy va a ser mi compañero laowai Jorri Potter quien os cuente nuestro viaje de 2012.

Antes del relato de nuestra aventura, pongámonos en situación:

Huanghua es una sección de la muralla que se encuentra a unos 60 km de Beijing. De todas las anteriormente mencionadas, creo que puede ser la que peor se conserva, o puede que la segunda peor después de Simatai. Son los habitantes del pueblo aledaño los que se encargan de mantenerla poquito a poco con las donaciones de los visitantes, y tengo que decir que para no contar con ningún tipo de ayuda la tienen muy bien cuidada. Si buscáis algo más turístico y acondicionado (y saturado de gente), Badaling o Mutianyu son mejores opciones. Pero si queréis una experiencia inolvidable, yo recomiendo este tramo, pero os aconsejo que no vayáis ni con niños pequeños ni con personas mayores porque es duro. ¡Y tiene secciones debajo del agua!

¿Y cómo se llega? Querida Qinling, ¡me alegro de que me hagas esa pregunta!

Primero hay que llegar en autobús hasta Huairou, un distrito de las afueras de Beijing. Para ello, tendréis que ir a Dongzhimen y allí ya preguntáis a lo guiri qué autobús es el que os deja en el pueblo y creo que costaba unos 10 yuanes. Luego desde Huairou tendréis que ir en taxi sí o sí. Es decir, hablar con los conductores locales que os harán ofertas para llevaros, porque la muralla todavía queda apartada del pueblo y os hará falta ir en coche. ¡Que no os dé miedo regatear! No recuerdo cuánto pagamos, pero me imagino que serían unos 40 yuanes por persona. No os preocupéis, os llevarán hasta la muralla y luego os volverán a dejar en la parada de autobús de Huairou. Donde os hayan recogido básicamente.

Las dos paradas de Huairou. Estoy segura de que valen ambas, pero podéis preguntar.

Y a grandes rasgos eso es todo lo que tenéis que saber. Ahora os dejo con Jorri Potter, que os va a relatar la experiencia y los detalles de la visita desde su punto de vista y con su inimitable sentido del humor. ¡Que disfrutéis!

Hola, soy Jorro. En 2012 visité la muralla china con Lara y ahora os voy a contar un poco:

El viaje fue toda una odisea. Si mal no recuerdo salimos del campus sobre las cinco y media, y pillamos el metro. Tardamos como una hora y pico para llegar a la parada de bus que iba a las afueras de Beijing. Luego otro buen rato de bus, hasta que llegamos a lo que podría ser la versión del Polígono de Almanjayar o las 3000 de Beijing. Allí no había nada más que descampao, carretera y gente de mal vivir dispuesta a desollar a su primo a cambio de la oportunidad de ganarse un cliente para su taxi. Pues nada, ahí va Lara con sus cojonazos a medírselos con los del taxista (el taxista era un pavococa con una furgonetilla). La negociación era curiosa de ver, básicamente el pavococa decía un precio, Lara le ofrecía la mitad, el pavococa se cabreaba, nos insultaba (o al menos parecía que nos insultaba, a saber lo que estaba diciendo), decía que no y se iba muy airado a comentar la oferta con sus compañeros de gremio para acto seguido volver con una contraoferta. Después de un buen rato de tira y afloja, el hombre aceptó un trato bastante razonable (razonable para nosotros, seguramente su familia pasaría hambre ese mes, o al menos eso pensábamos nosotros; también cabe la posibilidad de que fuera él el que nos la metiera doblada hasta el corvejón). Pues nada, como gente juiciosa que somos, nos subimos a la furgoneta nada sórdida del nada sórdido desconocido, y le dejamos que nos condujera a la aventura. Por cierto, el acuerdo al que llegamos fue que nos llevaba hasta Huanghua, nos dejaba allí y nos daba su número del móvil para avisarle para recogernos cuando terminásemos. Como si tuviéramos un chófer privado, aunque ahora, viéndolo en retrospectiva, podría habernos dejado allí tirados en el pueblo dejado de la mano de Dios.

Afortunadamente, ya que sigo vivo para contar esta historia, no nos dejó tirados ni nos comieron los caníbales ni nos despeñamos por la muralla ni nada de eso. El taxista resultó ser buena gente y nos llevó sanos y salvos hasta el pueblo, amenizándonos el trayecto con anécdotas de las cuales solo recuerdo que nos confirmó que, efectivamente, la carne de perro es salada.

Una vez en el pueblo, empezaba la siguiente etapa de la aventura: encontrar la jodida muralla. Dicen que la muralla se puede ver desde el espacio (bueno, en realidad se puede ver desde el espacio cualquier monumento, siempre y cuando te lleves una foto de dicho monumento), pero para ser tan grande resultó complicadete encontrarla. Menos mal que Lara usó sus poderes de persona que sí habla chino para sonsacarle información a la gente del pueblo. Ya encaminados en la dirección correcta, el siguiente paso fue integrarnos con la población indígena, así que le compré un gorro de esos de paja a una señora que había allí con un carrillo. De esta guisa pasaríamos totalmente desapercibidos (lo del gorro luego resultaría ser un grave error, pero cada cosa a su debido tiempo).

Bien pertrechados, emprendimos la larga marcha. Lo primero que había que hacer era cruzar el río. Había una pequeña presa por la que se podía atravesar. Cuando digo pequeña quiero decir estrecha, muy muy estrecha, básicamente algo menos de medio metro de ancho. Afortunadamente había una frágil barandilla a uno de los lados y una caída a una muerte segura al otro, así que todo iba sobre ruedas.

Tras cruzar el puente llegamos a un camino de tierra que no tenía pinta de conducir a una de las siete maravillas del mundo moderno, pero ya que estábamos ahí, pues de perdidos al río. Al cabo unos minutos llegamos a una valla metálica en la que ponía que el acceso a ese tramo de la muralla estaba cerrado al público. Bueno, al lado del cártel donde ponía eso había un agujero en la valla, y al otro lado del agujero había un señor con una hamaca, una sombrilla, una nevera con cervezas y una caja de cartón en la que ponía «entrada a la muralla 2 yuanes». Mucho se habla en occidente de la poca libertad que hay en China, pero tras haber estado ahí tan solo dos semanas me he dado cuenta de que tenemos una idea muy equivocada de como es la vida por allí. La gente es bastante libre, de hecho hacen exactamente lo que les sale de los cojones, desde ir por la calle en pijama o ponerse a pegar latigazos en un parque hasta abrir una sección de la muralla cerrada por el gobierno y cobrar entrada por visitarla. Así que sí, hay bastante libertad. Por lo visto la misma gente del pueblo se había encargado de restaurar la sección de la muralla en la medida de sus posibilidades, y a cambio aprovechaban para sacarse unas perras.

Le abonamos sus emolumentos al señor de la puerta, y entramos en el reino de lo desconocido. Lo desconocido resultó ser un camino de cabras. Bueno, llamarlo camino de cabras sería un eufemismo, ya que los baños públicos que había por el camino harían vomitar a una cabra. Tras estar a punto de despeñarnos pero bien despeñaos varias veces, llegamos finalmente al pie de la muralla.
El camino de acceso...


La siguiente etapa de la aventura era subir hasta la muralla. La muralla estaba pensada para evitar que los mongoles entrasen y que los chinos saliesen, así que la parte superior de la muralla no era precisamente accesible. Afortunadamente la gente del pueblo había tenido en cuenta las necesidades de los turistas, y no habían reparado en gastos: acoplada a una de las torres de la muralla había una escalera de mano que llegaba hasta una de las ventanas, y ojo, no os penséis que la habían enganchado con bridas de plástico, no. La habían enganchado con alambre metálico, si el alambre metálico es lo bastante bueno para mantener fresco el pan de molde también es lo bastante bueno para mantener a salvo a los demonios extranjeros. También estaba el tema de que el terreno alrededor de la muralla no era precisamente llano, pero los ingenieros de Huanghua había solucionado magistralmente el problema apoyando una de las patas de la escalera en un montón de piedras apiladas en precario equilibrio. Nada podía salir mal. Ante este despliegue de medios de seguridad, me armé de valor y comencé el ascenso por la escalera, cagándome en todos los muertos de toda la gente que había puesto su granito de arena para construir la muralla, y en mis jodidas ganas de turistear, pero todavía tendría que guardarme algunas pestes más para el jodido sombrero de paja, que resultaría ser mi peor enemigo durante el periplo. A mitad de la escalera, con el viento, el sombrero que llevaba a la espalda enganchado por el cuello se me puso varias veces delante de la cara, impidiéndome ver la escalera, aunque por otro lado también me impedía ver a los chinos que estaban en la torre disfrutando del espectáculo y choteándose de mí. Cuando ya me tenían al alcance de la mano, la gente que estaba en la torre me ayudó a terminar de entrar por la ventana. Aproveché la ocasión para agradecerle a Lara haberme permitido disfrutar de tan grata experiencia con un sentido «te odio».






Escalera para subir al techo de la torre
Ale, ya había pasado la parte más jodida de la excursión (bueno, si exceptuamos el descenso, que también estuvo fino, así que lo siguiente ya era disfrutar de las vistas. Tengo que decir que pese a todo lo que renegué la visita valió la pena, y mucho. Efectivamente, la muralla es un tabique, como el que todo el mundo tiene en su casa, pero más gordo, más alto, más viejo, menos encalado y posiblemente con más víctimas enterradas debajo, pero cuando uno lo ve perderse en el horizonte, pues como que impresiona. Una de las ventajas del tramo de Huanghua es que no había nadie. Bueno, había algunos turistas, pero no serían más de diez o doce personas para un tramo de un kilómetro y pico. Eso sí, se arremolinaron alrededor de nosotros atraídos por el pelaso rubio de Lara; supongo que en un pueblo del tamaño de Huanghua no es habitual ver extranjeros, y menos aún extranjeros rubios. Una vez pasado el revuelo inicial, aprovechamos para hacer lo que hacen los turistas en los monumentos: el gilipollas. Hicimos el Michael Jackson un rato (para los que no estén familiarizados con esta maniobra, consiste en buscar una superficie muy inclinada y echarse una foto con la cámara inclinada, para que parezca que está uno más doblao que una alcayata) y unas cuantas tonterías más.

Hay que admitir que la gente del pueblo había hecho un buen trabajo restaurando la muralla, la habían dejado bastante transitable, incluso se podía acceder a otras dos torres más, y en una de ellas incluso se podía subir al techo con la escalera que habían puesto ahí (aunque en este caso la escalera en vez de ser de sólido hierro oxidado era de no menos sólidas ramas secas atadas con no menos sólidos cordeles), pero como se hacía tarde pues decidimos no subir.



Una vez disfrutada hasta la saciedad la muralla, emprendimos el camino de regreso, finalmente el taxista ni nos dejó tirados ni nos degolló ni nada (un detalle por su parte), y unas horas más tarde ya estábamos de nuevo en la comodidad de la residencia, con una nueva experiencia, unas cuantas fotos y un montón de anécdotas.






Comentarios

  1. ¡Buenísima la anécdota! Y tan bien descrita que, casi, he podido veros. Jajajajaja. No podíais entrar como todos, teníais que jugaros el tipo y hacerlo trepando como las cabras... XDDD ¿Qué puedo decir? ¡Me ha encantado!

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  2. Muy crack el señor Jorri Potter. La verdad es que me desternillo cada vez que lo leo, el tío tiene arte.

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  3. Genial!!!. Estas creando un monstruo, jajaja.

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