Imprescindibles: Pingyao y Datong, segunda parte (平遥、大同……特棒啊!)

SEGUNDA PARTE: LA ANTIGUA CIUDAD AMURALLADA DE PINGYAO

Continúo con la crónica de nuestra escapada a Pingyao 平遥 y Datong 大同. 

Pingyao - Patio del hotel
Uno de los patios de nuestro hotel

Cuando estuvimos en Datong, a penas si disponíamos de día y medio para visitar todo cuanto queríamos; tiempo más que de sobra, por otra parte, pues creo haber mencionado ya en varias ocasiones que el pueblo no tiene mucho que ver, y que lo más destacado (Grutas de Yungang y Monasterio Colgante) se ve en unas cuatro horas bien invertidas.

Una vez concluidas las visitas programadas, nos mentalizamos para proseguir con la segunda parte de nuestro viaje: la ruta a Pingyao, vía tren-cama

Pasillo del tren. Como en El Resplandor
Muchos son los rumores y comentarios que llegan a oídos de los viajeros en lo que al tren-cama se refiere. Por lo general, son el tipo de afirmaciones que te quitan las ganas de vivir o te inducen a replantearte la conveniencia de ir en avión adonde sea, por cerca que esté el sitio. Descubrimos, para nuestra sorpresa, que Joy y Lily, nuestras amigas americanas, también se dirigían a Pingyao en el tren-cama de esa noche (12 de septiembre de 2012), y cruzamos nuestros dedos todo lo que la anatomía humana permite por tener la suerte de haber caído en el mismo compartimento. En general, el tema del tren-cama va tal que así: en primer lugar, hay que distinguir entre cama blanda 软卧 y cama dura 硬卧; en honor a la verdad, las dos estarán duras para los estándares occidentales, así que el elemento clave y decisivo para la elección, además de la diferencia de precio, será el número de personas con las que estés dispuesto a compartir el habitáculo. Las literas "blandas" son dos, de dos camas cada una, con lo cual el compartimento sería compartido por 4 viajeros; las duras, son dos de tres camas cada una, haciendo espacio para un total de 6 personas. Obviamente, tanto las americanas como nosotras nos habíamos decantado por las literas blandas, qué menos, con 11 horas de viaje en tren por delante... Esperando en la estación a que nuestro tren llegase de nuevo de [insértese nombre de población del norte aquí], nuestra amiga Lily, de orígenes chinos pero más americana que el Tío Sam, causó sensación entre la multitud de rústicos lugareños que pululaban por la estación y que terminaron arremolinándose entorno a ella, preguntándose, asombrados, cómo era posible que aquella mujer con cara de china no les entendiese cuando hablaban. Los chinos son muy adorables, es una actitud muy inocente. A mí me enternecen mucho esas cosas.

Lily capeando el temporal
Con objeto de no cargar nuestros bártulos por medio Datong, hicimos turnos para salir a cenar por los alrededores. Mi madre y yo terminamos cenando en el que era, posiblemente, el garito con la pinta más cochambrosa de todo el pueblo. Ahora, eso sí: la comida estaba exquisita. Creo que tanto mi madre como yo consideramos la cena de Datong como una de las mejores comidas que tuvimos a lo largo de todo el circuito por China. Si recordara el nombre del restaurante, os lo diría... Sí os puedo decir que estaba al salir de la estación a mano derecha, siguiendo recto por esa calle prácticamente hasta el final, en esa misma acera.

Obsérvese la cara de mi madre cuando le dije "aquí es donde vamos a cenar"


Mirad qué felices íbamos en nuestro zulo
Finalmente, con la barriga llena y el cansancio en el cuerpo, subimos a nuestro tren nocturno que, con suerte, nos permitiría descansar adecuadamente y nos dejaría en Pingyao a las 6:30 de la mañana siguiente. Hay que tener cuidadito cuando se va en este tipo de trenes, porque lo normal es que tu destino no sea la última parada de la ruta, así que levantarse unos 15 minutos antes para prepararse nunca está de más. 
Y ¡sí!, tuvimos la gran fortuna de estar las cuatro juntas en el mismo compartimento. A un chico asturiano, al que conocimos durante las visitas en Datong, le tocó dormir en el compartimento colindante, pero con viajeros chinos; al parecer, durmió poco. A mi madre le tocó el premio especial de la noche: ¡sábanas calientes! Porque esa es otra, amigos: no vayáis a cometer el error de pensar que vuestra cama es solo vuestra o que habrá una azafata cambiando las sábanas cada vez que entre un viajero nuevo; lo que hay es lo que hay, lo tomas o lo dejas. Mi recomendación personal es que os llevéis un saco de dormir, y os evitéis noches de insomnio innecesarias. Además, entre el colchón y la pared, los hay que dejan las bolsas de patatas, las cáscaras de las pipas o vaya usted a saber el qué. Así que mejor prevenir.


El caso es que, a pesar de todo, caímos absolutamente rendidas en brazos de Morfeo, y despertamos apenas 15 minutos antes de que la revisora anunciase la parada de Pingyao. Una vez bajamos en el pueblo, nos tocó buscar nuestros respectivos hoteles. Como buenas guiris, tomamos un taxi, que nos cobró 16 yuanes por llevarnos al centro de la ciudad amurallada. AVISO: Ahorraos el taxi. En serio, si consultáis Google Maps (o Baidu Maps), os percataréis de que la distancia entre la estación y la entrada a la ciudad antigua no llega ni a 300 metros; los taxistas se aprovechan del desconocimiento para hacer fortuna, así que a menos que estéis muy cansados o que deseéis contribuir a la mejora de la economía local, un paseíto a pie os dejará en vuestro destino.
Para que nos entendamos: en la esquina superior izquierda pone 火车站; eso es la estación de tren

La moderna Pingyao es, a falta de un término mejor para describirla, poco carismática: una especie de gran polígono industrial, habitado por canis y yolas en moto eléctrica. Tiene una superficie de 1250 km cuadrados, unos 500 000 habitantes (¡ole con el pueblecico!) y se encuentra a unos 80 km al sur de la capital de la provincia de Shanxi 山西, que es Taiyuan 太原. Para aquellos residentes en Beijing que vayáis a visitar Xi'an y os decidáis a hacerlo cogiendo el tren, PINGYAO ES UNA PARADA OBLIGATORIA. No es por ponerme mandona --que lo soy, y mucho--, pero de verdad que no debéis pasar de largo.
El Pingyao actual se parece un poco a esto; obviamente, era tan feo que he tenido que coger esta foto de Internet porque no tomé ninguna con mi cámara
Mi madre y yo nos alojamos en el hotel De Chao Ge, una antigua casa china tradicional de la zona, con sus cuatro grandes patios interiores y dos plantas más el sótano. Una auténtica maravilla, aunque el desayuno era un poco regulero y las camas... bueno, no tenían colchón. Era tradicional hasta el extremo, supongo. De todas formas, solo por la estética y el ambiente que se respiraba mereció la pena. Un cuatro estrellas bien de precio y en todo el centro de la ciudad antigua, en el n.º5 de la West Street, una de las calles principales que atraviesan la población. Otro consejo: no os alojéis fuera de las murallas. En serio, el ambiente no puede ser más deprimente. Más vale gastarse un poco más y tener una experiencia inolvidable (y positiva), que ir en plan rata y lamentarlo.
Como llegamos a las 6:30 y nuestra habitación no iba a estar lista hasta las 9:00, nos dedicamos a hacer el oso por las calles y a disfrutar del ambiente fantasmagórico que reinaba por los adormecidos rincones de esta ciudadela de cuento. Y ahora, ¡tanda de fotos para poner los dientes largos!




Más patios

¿No os recuerda a "Rise the Red Lantern"?

"Tengo altículos plohibidos de lugales donde el homble no osa a aventuralse. También tengo yogul helado, al que llamo yogulado."


MonguersTM

En el cartel dice: caraperro

Templo budista (y dos personas jodiendo la foto, que no falten)

Copichuela de despedida en nuestra última noche juntas
En Pingyao hay mil cosas que ver. Una de ellas, la famosa mansión en la que se rodó la película Raise the Red Lantern (La linterna roja, en español), del cineasta Zhang Yimou. Pingyao fue un centro administrativo muy, muy importante, por lo que hay multitud de edificios del gobierno y la administración que se han tornado en museos, así como templos y casas señoriales, la mayoría de ellas convertidas ahora en hoteles y casas de huéspedes. Lo mejor es que vengáis a Pingyao pensando en quedaros, al menos, un par de días. Es el lugar ideal para unas vacaciones relajadas, y de verdad que hay infinidad de cosas que ver y hacer. A título anecdótico, os diré que en uno de nuestros paseos sin destino por las calles y edificios de la ciudadela nos encontramos con un monje budista que nos dio la bienvenida a su templo. Lo visitamos como buenas turistas y al final de la visita nos condujo a una sala donde hicimos unas cuantas reverencias y le dimos giro a un cilindro grabado con caracteres tibetanos... ¡y creo que desde entonces somos budistas, ja, ja, ja! Pingyao es para verlo y vivirlo.

En las oficinas de turismo de la ciudad se venden unas entradas que dan acceso a todos los templos y museos por ver, incluidos dos de ellos que se encuentran en las afueras de la población. Si disponéis de tiempo (al menos un par de días), comprar el ticket os saldrá rentable; si no, escoged bien con vuestra guía ¡y lanzaos a la calle! Uno de los paseos que más disfruté fue el de la muralla. La muralla de Pingyao es, junto con la de Xi'an, la única que se conserva íntegramente, y puede recorrerse a pie completamente.
Muralla vista desde el exterior

Desde arriba, de noche (sí, enumero obviedades, ¿qué?)
Y bueno, para cerrar la entrada, os contaré una anécdota que nos puso en jaque nuestro penúltimo día en Pingyao.

Para volver a Beijing, estuve barajando varias posibilidades. Había un tren directo que comunicaba Pingyao con Beijing, pero el trayecto duraba 11 horas (ou yeah), de modo que al final lo más rentable en términos temporales era ir de Pingyao a la capital de la provincia, Taiyuan (unas 2 horas en tren), y desde allí coger otro tren hasta Beijing (entre 5 y 6 horas). Me dispuse, pues, a sacar dinero de un cajero para ir a comprar los billetes a la estación. Para mi sorpresa, cuando introduje la tarjeta en el cajero (y no era la primera vez que sacaba dinero en Pingyao), este no pudo leerla, y rechazó la operación varias veces. Me dirigí entonces a la oficina de mi entidad financiera que, pensé yo entonces, menos mal que tenía sucursal en Pingyao. Después de más de media hora de gestiones en ventanilla, las empleadas concluyeron que mi tarjeta no funcionaba. Viva la perspicacia... Les hice ver que por eso mismo había acudido a la sucursal, porque de eso ya me habia dado cuenta yo sola, y que necesitaba sacar dinero. La solución que me propusieron entonces fue, absolutamente, MADE IN CHINA. "Ah, pues para poder sacar dinero, tendrías que ir a donde te hiciste la tarjeta, y pedir que te expidan una nueva, porque esta no funciona"...
...
...
¿¿HOLAAA??

"O sea, señora, que soy cliente de su banco, y para poder sacar dinero de mi cuenta solo puedo hacerlo, única y exclusivamente, a través de mi tarjeta; y como esta está rota, tengo que ir a BEIJING, a 600 km de distancia, a pedir otra tarjeta para poder sacar dinero en PINGYAO. Y, si no tengo dinero --que es por lo que la gente normalmente quiere sacarlo del banco--, ¿cómo se supone que llego a Beijing a pedir tarjetas nuevas?, ¿me teletransporto?" 
A esto, las empleadas respondieron haciendo lo que todos los chinos suelen hacer cuando algo no viene en el manual o se les pide que piensen out of the box: poner cara de póker y lavarse las manos a lo Poncio Pilatos. Y es que China es diferente. Nunca sabes en qué situación absurda te puedes ver envuelto de un momento a otro... O aprendes a sobrevivir, o te dan morcilla. Así de simple.

Al final, una buena frotada con el jersey mágico de mi madre resucitó mi tarjeta, pudimos sacar dinero y compramos nuestros pasajes de tren para Taiyuan. Taiyuan no tiene nada que ver, salvo el dragoncete que habían plantado en la puerta de la estación, por aquello del año del dragón y que, consecuentemente, este año ya no estará.
La verdad, estaba chulo
Cuando por fin regresamos a Beijing, a la estación BeijingXi 北京西, totalmente exhaustas, el taxista nos hizo una buena jugarreta: nos montamos, le dimos las indicaciones de nuestro destino y, apenas 10 minutos después, nos hizo bajarnos del taxi en medio de ninguna parte porque "el taxímetro estaba roto". Vamos, que le pareció a él que le pillaba lejos, cambió de idea y nos largó. Y sí, eso pasa todos los días 20 veces en Beijing, así que andaos con ojo. Total, que en ese momento tuve que recurrir a mi queridísimo Diljeet, cuyos conocimientos en materia de autobuses urbanos nos salvaron la vida. Al final, después de casi dos horas invertidas en 1) paseo en taxijoputa, 2) autobús y 3) dos líneas de metro (uno de ellos en dirección opuesta, porque a esas horas el otro sentido ya había suspendido servicios), conseguimos llegar a nuestro hotel y, literalmente, descansar en paz.

Y hasta aquí la escapadita a Pingyao y Datong. Ya veremos qué novedades nos trae el blog la semana que viene.

Comentarios

  1. Ni una varilla de incienso desde entonces. Tiene que estar Buda contento con nosotras 😂😂

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